jueves, 26 de mayo de 2016

RETO 14


Describe cómo eras de niño como si fueras un personaje de un libro (narrador en tercera persona).


Sin lugar a dudas Andrea tuvo una infancia feliz, a su modo. Era la segunda de cuatro hermanos. Creo que por eso no la gustaba llamar la atención e iba casi siempre a su aire. Ya se sabe…: la mayor porque es la mayor, la pequeña porque es la pequeña, y a la del medio nunca se la ve. Creo que aquello condicionó su manera de ser. Hablaba poco, pero tampoco la preguntaban. Ella se construía su universo particular siempre que podía y le miraba a través de sus gafas rosas.

Todos los días iba a la escuela. La encantaba. Allí estaban sus amigos, y la maestra la trataba con cierta familiaridad. Entonces había clase por la mañana, iba a comer a casa el cocido de todos los días, y por la tarde volvía a la escuela, hasta las cinco. Merendaba, hacía los deberes sin rechistar y después a la calle, a correr, si el tiempo no lo impedía. Siempre la misma rutina. Y así pasó su infancia, sin enterarse. La rutina se había impuesto de manera tan natural en su vida que casi no se daba cuenta de ello. Día tras día todo era igual. Pero a ella no parecía importarle. Era una imposición que llegaba hasta en la forma de vestir. La primera temporada vestía igual que su hermana mayor y, después, cuando crecían, su ropa la heredaba la hermana pequeña y Andrea, la de la hermana mayor, de manera que una temporada compartía modelo con la hermana mayor y la siguiente, con su hermana pequeña. El mismo modelo siempre. A Andrea no la gustaba ir vestida siempre como alguien. Le habría gustado que la hubieran dejado tener un mínimo de identidad propia, un poquito de «personalidad», que ya desde pequeña la arrebataban de aquella manera tan inconsciente. Por todo eso, y por su papel de segundona pronto empezó a creer que nadie la veía, que solo era una más que hacía bulto en una familia tan numerosa.

Pronto empezó a sentirse cómoda en su soledad. Pronto empezó a volar con la imaginación, a inventarse momentos en los que era un personaje diferente mientras revolvía, curioseando, la ropa de los armarios y se ponía los zapatos de tacón de su madre. Se probaba la ropa en su cuerpecito menudo y se miraba al espejo, sujetándose primero su largo cabello con la mano, dejándoselo suelto después. No la importaba que, a pesar de su delgadez y de que la sobraban un buen número de tallas, la ropa la estuviera enorme. Se la ponía igualmente e imaginaba que era una gran dama de otros tiempos.

Pero también pasó muchos momentos felices junto a su perra Mora. Andrea y sus hermanas habían jugado con ella desde siempre. La consideraban como una más de la familia, con la sola diferencia de que vivía en el patio. Qué buena era la Mora. Andrea se subía encima de ella a modo de intrépida amazona cabalgando un hermoso corcel. Qué ingenua era. Aquella misma inocencia que la llevaba a maravillarse cada vez que amanecía un día y descubría que la Mora, como por arte de magia, había tenido cachorritos. Aquella misma candidez que la impedía ver que, en los días sucesivos, iban desapareciendo las crías, sin preguntarse por qué.

Y así pasaban los días. En verano aprovechaba para dar largos paseos en bici por una carretera entonces apenas transitada por coches. Iba con los niños del pueblo y con Pili, una chica ya mayor que veraneaba allí, y que los llevaba de vez en cuando hasta bien lejos del pueblo a experimentar el placer de sentir la brisa del campo en la cara. Su madre la ponía crema para que no se achicharrara la delicada piel llena de pecas.

Qué lejano queda ya todo eso. Todavía tenía hermanos con los que jugar. Padres que se preocupaban de ella. Amigos que lo habían sido de toda la vida…



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